Sofá de lectura

Plan de Lectura del IES Izpisúa Belmonte - Hellín

20 dic 2011

LA METAMORFOSIS DE KAFKA UN CLÁSICO QUE SIGUE INQUIETANDO

Publicado por isabélica |


Desde el PLAN DE LECTURA durante la 1ª evaluación estuvimos trabajando esta obra desde diferentes materias, con los tres grupos de 4º ESO.
En la asignatura de Lengua y Literatura, aparte de leer y comentar el texto y su sentido, así como la transformación del personaje en un enorme insecto, la reacción de la familia, etc, en clase, de forma oral, potenciando así la capacidad expresiva y comprensiva de los alumnos, se les mandó para casa un trabajo consistente en imaginarse que una mañana se despertaban con algún tipo de anomalía o discapacidad física o mental.
Para ello, previamente, debían informarse de los síntomas, características y problemas que esa enfermedad suele ocasionar en quien la sufre. Después debían meterse completamente en la piel del enfermo e ir describiendo las sensaciones que notaban, cómo resolvían las situaciones desde esa nueva personalidad, cómo reaccionaba la gente de alrededor…
Estos trabajos serían entregados al profesor/a y se leerían en voz alta, de forma anónima, y serían sometidos a votación. Los ganadores recibirían una buena nota.
Esos trabajos ganadores son los que aquí se reproducen.
Los relatos resultantes fueron muy curiosos. Espero que os gusten:

“Hola mi nombre es Pablo y os voy a contar mi historia, la historia de un mudo.Como ya sabéis, un mudo es aquel que no puede hablar, así que yo me dediqué a plasmar palabras en folios, rellenar el vacío de las hojas en blanco, dibujar símbolos que no podía expresar por la boca.
Cada frase, cada palabra, sílaba, punto…que dibujaba yo, me hacía sentirme más alejado del mundo, más extraño que nadie, hasta me sentía inútil en este mundo en que la comunicación era extraordinariamente importante.
Vosotros no os podéis imaginar el dolor que yo siento por dentro cada vez que me hablan y no puedo contestar. Eso sí es dolor, no ese dolor que sientes cuando te das un golpe, sino, ese dolor de no poder decir a una persona que la quieres ni de poder decir lo mucho que te gusta escuchar los pájaros en el bosque.
Desde que soy mudo hasta ahora, me he dado cuenta de que todo lo que he escrito no es verdad, puesto que a mí, me encanta dibujar. Estoy más cerca del mundo que nadie porque he aprendido a escuchar, porque puedo hacer todo sin decir a nadie el porqué, porque no me hace falta decirle a una persona que la quiero, porque con una simple sonrisa, le digo todo lo que siento por ella
Es así la historia de mi pensamiento, de mi conciencia y de mi vida…”

PABLO RAMÓN MORENO, 4º C

“PIPIPI PIPIPI . Suena el despertador y como todos los días, Juan tiene que ir al trabajo, una empresa de reparto a domicilio de pan para personas discapacitadas y ancianos. Ese día todo cambiaría para Juan y pocos repartos haría.
Quería levantarse, pero su cuerpo no le permitía mover las piernas. Lo intentó con gran ímpetu hasta un punto en el que empezó a asustarse. Aterrorizado, fue arrastrándose hacia su estudio de música, pues también era bajista de un grupo. Allí se encontraba el ordenador, en el que se informó rápidamente de lo que le pasaba y sus síntomas.
Descubrió que tenía paraplejia (no sabía si permanente o temporal, ya que podía ser una de las dos). Se apresuró a llamar a su jefe, quien no tardó en contestar.
-Felipe, soy Juan. Siento mucho no haber podido ir al trabajo, pero verás…esta mañana me he levantado con paraplejia. Sé que suena un poco raro, pero…
-Jajaja. Paraplejia, dice, no me cuentes milongas. Ya te he puesto un sustituto y no te molestes en venir mañana. Por cierto, he descontado de su sueldo de este mes la multa que te pusieron ayer y, por supuesto, lo que te falte hasta final de mes, lo que equivale a unos cien euros. Ya nos veremos, Juan…
-Pero, Felipe, Felipe…
Felipe colgó el teléfono, parecía estar deseando encontrar alguna excusa con la que echar a Juan.
Decidió llamar a su novia, de un pueblo de Albacete, Llanos, la cual era un poco fresca de más.
-Cariño, no te puedes imaginar lo que me está pasando: ¡tengo paraplejia! Llama a un médico o ven a mi casa. Ayúdame, por favor.
-Sí, ya, y mi abuela es biciclista (aparte de fresca, era un poco garrula, todo hay que decirlo). Por cierto, Juan, que te dejo por Rafael, el hijo del que recoge escombros.
Juan, derrumbado y sin saber qué hacer, recurrió a su última esperanza: sus fieles amigos, con los que tenía el grupo (no le quedaba familia). Eran cuatro: Adri a la batería, a la voz Alex y a la guitarra, Carlos. Llamó a este último, puesto que era su amigo más allegado.
-Carlos, tío, tienes que ayudarme, mi novia me ha dejado. Felipe, mi jefe, me ha despedido. Y esta mañana me he levantado con paraplejia.
-¿Quién eres?
-Juan, el bajista del grupo
-¿Qué grupo? Yo no tengo ningún grupo.
PIPIPI PIPIPI. Suena el despertador. Juan despierta. Ha sido todo un sueño…cuando de repente…¡NO SIENTO LAS PIERNAS….!”
EDUARDO LÁZARO ALARCÓN GARCÍA, 4 C
“Abrí los ojos, sobresaltada al sentir la voz susurrándome al oído. Cada día me costaba más adaptarme a la realidad al despertar y aquella mañana se me hizo aún más difícil al recordar lo sucedido el día anterior.
Durante esa última semana, la voz había aumentado su insistencia, acechándome sin descanso, acosándome hasta hacerme estallar, por lo que la tarde de antes me sorprendí a mí misma suplicándole a gritos. Mis padres todavía se encontraban en casa y se asustaron al creer que gritaba sola…Ellos son incapaces de entenderlo. La voz existe, está ahí y me está haciendo daño, aunque no puedan o no quieran oírla. Todavía no entiendo por qué nadie la escucha cuando me grita y me amenaza. A veces creo que es el mismo diablo quien me habla, pero ¿cómo se lo voy a explicar a quienquiera que pudiese escucharme? Sin duda me tomarían por loca y, a veces, me asusta pensar que si no fuera yo quien lo sufre, también lo haría.
Otras veces, creo que todo el mundo sabe lo que me está pasando, incluso puede que todos ayuden a la voz. Quizás comparten algún fin con ella o quizás ya han pasado por mi situación y ella los somete. No sé cuál es la realidad y esto me ha llevado a desconfiar de todo a mi alrededor. Creo que el encontrarme sola, completamente sola, es lo peor de todo esto.
Lo que ocurrió aquel día supuso una gran alteración en mi ritmo de vida, que desde hacía poco más de un mes, se estaba viendo impedida por la existencia de aquella infernal voz. Mis padres, al oírme, irrumpieron en mi habitación y me encontraron sollozando en el suelo, temblando y suplicándole a aquel ente que me acecha Entonces, cundió el pánico. Mi madre comenzó a llorar y me abrazó, más que consolándome, buscando consuelo, mientras mi padre me gritaba echándome en cara que todo lo que estaba pasando era mi culpa, mía, de aquella rara forma de vestir y de mi música, a la que él califica de satánica. A partir de ese momento, mis recuerdos no son para nada nítidos, creo que dijeron algo acerca de que ya me habían dado demasiado tiempo. Después de unos segundos que me parecieron horas, ambos salieron de mi cuarto con los nervios a flor de piel para hablar y, pasado un rato, volvieron a entrar con firmeza, mandándome acostar. Mi madre se quedó en mi habitación mientras que yo temblaba, hasta que me dormí, ahogando los sollozos entre trozos de pañuelos mojados.
Hoy me han despertado y sin dar apenas explicaciones, me han traído a un hospital que se encuentra a una hora de casa. Ninguno de los dos me habla: papá parece enfadado conmigo y mamá no deja de llorar, mientras murmura para sí.
Hace un mes habría esperado que al no ir al clase, alguno de mis compañeros se preocupase por mi estado de salud, pero ya no. Cuando la voz llegó, me alejé de todo el mundo al creerlos cómplices y, el resto, de igual modo, se alejó de mí.
Y, mientras tanto, la voz me grita más fuerte que nunca. La gente de la sala de espera me mira con rareza, como si ellos no la oyeran atormentarme, obligándome a que acabe con mi propia vida.”

MARINA MARTÍNEZ ILLÁN, 4º C

“Esa mañana era como otra cualquiera. Sonó la alarma a las siete y media, como de costumbre y, yo, sin abrir los ojos, apagué el despertador. Me giré en la cama y poco a poco fui abriendo los ojos. Pero no sé por qué, al abrirlos, lo veía todo negro, no podía percibir la silueta de ningún objeto. Al ver tanta oscuridad a mi alrededor, pensé que sería porque no había subido la persiana la noche anterior y la puerta estaba cerrada, no dejando así entrar la luz en mi habitación. Me dirigí hacia la persiana y la subí. Pero, al hacerlo, seguía sin conseguir ver nada. Pensaba que podría ser de noche y que el despertador me había sonado mucho antes de lo habitual. Pero, aun creyendo esto, me siguió pareciendo raro el hecho de que no pudiese ver un poco con la luz de las farolas o de la luna,. Con dificultad, me acerqué hacia la puerta y, al notar el pomo, lo giré y abrí. Tampoco entonces pude ver, así que encendí la luz del pasillo. Aun cuando lo hice no vi nada y me empecé a preocupar. ¿Se habrían fundido los plomos? ¿Por eso no conseguía ver nada? Me pregunté a mí misma.
Por no despertar a mi madre, decidí volver a la cama, acostarme y esperar a que amaneciera. Pasaron lo que fueron para mí, horas, pero como esperar se me hacía eterno, pensé que habría pasado mucho menos tiempo. Entonces oí un ruido en el dormitorio de mi madre. Supuse que ya se habría despertado, pero…¿tan pronto? Aún no veía la luz del día. Estaba ya bastante preocupada y aturdida cuando mi madre, con prisa, entró en mi habitación y me dijo:
-Vamos, levántate, ya es muy tarde y no vas a llegar al instituto a tiempo.
-Pero si aún es de noche, respondí
-¿Cómo va a ser de noche con el buen día que hace y todo el sol que entra en la habitación?
En ese momento me asusté de verdad y con ansiedad, le dije:
-No veo nada
Mi madre, con voz algo extraña, me respondió:
-¿Cómo que no ves nada?
Con lágrimas en los ojos le dije lo que me estaba pasando y, muy asustada, me dijo:
-Vámonos ahora mismo al hospital
Me levanté de la cama y mi madre me trajo la ropa. Como pude, me vestí con su ayuda y nos dirigimos a la puerta. Yo, impotente, solo era capaz de oír nuestros movimientos, la forma en la que andábamos, cómo mi madre abría la puerta y darme cada vez más cuenta de que estaba todo el rato dependiendo de ella. El peor momento fue bajar las escaleras y saber que no podía. Y no dejar de pensar que había un abismo bajo mis pies. Bajé las escaleras muy lentamente, mientras recordaba que eran las mismas que bajaba rápidamente todas las mañanas y que ahora se me hacían eternas.
Cuando, por fin, las bajamos, mi madre abrió la puerta y salimos a la calle. Cada vez estaba más nerviosa y apenada. No conseguía ver absolutamente nada, ni el azul del cielo, ni los pisos de enfrente, ni la calle…nada. Mi madre subió la persiana de la cochera y me ayudó a subir al coche. Al hacerlo, sentí y oí cómo mi madre arrancaba y empezaba a moverse el coche. Fue muy extraña esa sensación, como si no se moviera, pro aun así notaba cuando se detenía y aceleraba o simplemente giraba. Al llegar allí, mi madre me cogió de la mano y entramos al hospital. Al entrar, le dijo a una mujer que yo había perdido la vista. Me sentaron en una silla de ruedas y me llevaron hasta una sala, donde estaba todo en silencio, no se oía el alboroto que había al entrar al hospital.
Vino el médico, el cual me hizo una serie de preguntas y me examinó los ojos. Me dijo que tenía cura, que me operarían y todo saldría bien, pero que tendría que esperar un tiempo.
Todo ese tiempo me di cuenta de que dependía todo el rato de la gente de mi alrededor y me apenaba de que no podía ver nada. Lo que echaba de menos los colores y las formas y las limitaciones que conllevaba aquella terrible enfermedad.”

ELENA, 4ºC

“Qué sueño más extraño! Sólo caigo y caigo en un gran pozo negro y, al llegar al fondo, me estrello en el suelo y mis miembros, brazos, piernas…se separan de mí, como si fuera un muñeco desmontable. El sueño se acaba por fin, y poco a poco, voy abriendo mis ojos mientras la luz se filtra por mis pestañas.
Al abrir los ojos me doy cuenta de que no me encuentro en mi cuarto. Solo observo el color blanco de la habitación y el color verde de las sábanas, inusuales en mi gusto. ¿Dónde estoy? La cama en la que me encuentro está rodeada de unos barrotes de hierro, como si fuera una gran cuna. A mi izquierda, encima de una mesita blanca, hay un vaso de agua.
Al observar el agua, la necesidad de beberla crece en mí. Así pues, me dispongo a alzar mi brazo derecho para alcanzar mi objetivo. Pero…algo extraño sucede. Sigo observando el gran vaso de agua, pero ninguno de mis brazos se alzan para alcanzarlo. Mi mente no para de mandarles señales , pero estos no responden. ¿Qué ocurre? Decido apartar mi mirada del vaso para comprobar por qué mis brazos se niegan a obedecerme. Poco a poco dirijo mis ojos hasta mi hombro derecho, para poder después observar mi codo, mi antebrazo, mi muñeca y, al final, mi mano, pero…no están…mi hombro carece de esa extremidad a la que llamamos brazo.
Cierro los ojos con fuerza y los vuelvo a abrir, pero todo está igual: la parte derecha de mi cuerpo, donde antes sobresalía mi brazo acaba en mi hombro.
Inmediatamente, con un acto reflejo, ordeno a mi brazo izquierdo que se ale para investigar por qué carezco de esa extremidad, pero este tampoco me obedece y me temo lo peor.
Vuelvo a cerrar los ojos y giro poco a poco la cabeza hacia la parte izquierda de mi cuerpo. Abro los ojos y observo cómo mi hombro izquierdo carece también de una extremidad a la que sujetar. Recuerdo el sueño y dirijo rápidamente mi mirada hacia mis piernas, pero con un suspiro, compruebo que están ahí.
Mi cabeza empieza a colocar las cosas en orden. Reconozco la habitación. Me encuentro en un hospital. Miro de un lado para otro, nerviosa, con ridícula idea de encontrar mis brazos en alguna parte y poder, así, encajarlos en mis hombros como si fuera un puzle. Un puzle imposible de hacer.
La puerta se abre y aparecen mis padres. Mi madre se abalanza sobre mí inmediatamente, llorando, mientras que mi padre se acerca lentamente a la cama, acompañado de un señor de bata blanca que vería muchas más veces a lo largo de la semana, mi doctor. Observo los ojos de mi padre, suplicando la explicación de lo que me ocurre, pero en ellos observo algo muy distinto, fuerza, fuerza para afrontar los que se avecinaba.
No logro recordar nada del accidente. Uno de los días que paso ingresada, mi hermana tiene la fuerza suficiente para contarme que mis brazos fueron aplastados por un gran camión que estaba siendo conducido por un conductor borracho, que arrolló a más gente aparte de mí, en la Gran Vía del pueblo.
Mis días en el hospital son largos, no hablo con nadie porque no tengo ganas de ver a nadie. No para de llegar gente a la que quiero ignorar. La comida no me sabe a nada. Mis padres me hablan como si nada hubiera pasado, tratándome como siempre y se lo agradezco, pero de ahora en adelante se tendrán que gastar mucho tiempo y dinero en mí y eso lo odio. Mi hermana me ayuda a vestirme y no puedo evitar sentir vergüenza, como si fuera una niña pequeña. Ahora dependo de ellos.
Me paso horas mirando por la ventana pensando siempre en lo mismo. Qué hago yo ahora.
Salgo del hospital insegura, como si acabara de nacer, sin conocer nada. Me siento como una desconocida en mi propia casa. Todo lo que me parecía insignificante ahora me parece un mundo.
Al entrar a mi habitación mi mundo se derrumba.
En el centro, está mi caballete, decorado de cientos de pegatinas que había ido coleccionando. En él estaba apoyado el lienzo, que, una semana antes, había dejado allí para terminarlo. Me dirijo hacia él y mis pies chocan con la caja donde guardo todos mis pinceles y pinturas.
Noto como una lágrima resbala por mi mejilla y no puedo evitar derrumbarme. No había llorado desde que me desperté en aquella cama hace una semana. Mi vida, lo que más me gusta, gira en torno a la pintura, mis ilusiones, mis sueños. Ahora todo había acabado. No volveré a tocar los pinceles, ni a mezclar pinturas, ni a pintar imágenes en un lienzo, ni a dibujar, ni a escribir mis ideas, nada.
Miro el cuadro, del que no recuerdo que había dibujado. Un cielo azul. ¿Por qué había empezado dibujando un cielo azul? No lo sé. Sólo sé que no lo podré acabar. Parece tan real, como si los pájaros se movieran. Pero es solo pintura. Poco a poco se va formando en mi mente el resto del paisaje, con una pradera verde, flores por doquier y un gran sol que lo ilumine todo.
Es una señal. Me seco las lágrimas de los ojos. No me rendiré, habrá alguna forma de alcanzar mis sueños y lo primero es convencerme de ello. Me acostumbraré a llevar mi discapacidad como si fuera mi súper poder, para ello utilizaré mi energía, para seguir con mi vida adelante, aunque siempre con la ayuda de los demás, que muestran que están dispuestos a darme.
Lo lograré.

MARÍA CUERDA CLARAMONTE, 4º B

“Un rayo de sol ya penetra por la ventana. Llegó la hora de despertar para ir al instituto. Abro los ojos. ¡Qué pequeñita veo hoy mi habitación! Jajajaja. Abro la boca para bostezar y aparece algo largo y de color rosa con mucha rapidez. ¿Qué era eso? ¡Bah! Todavía estaré durmiendo y atontada.
Salto de la cama y voy a mirarme al espejo. Percibo un olor muy fuerte, como a…, como a…, anfibio? ¡Qué extraño! Por estos barrios no suele haber bichos de esos. ¡Qué asco me dan! ¡Puagggg! Me asomo al espejo, doy la vuelta antes para coger el cepillo para peinarme y….
Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhh!!!
¿Qué?¿Qué? ¿Qué me ha pasado?
No podía ser. Empecé a tocarme la cara, brazos y piernas. Pero así era. Me había convertido en un asqueroso y húmedo sapo de tierra. ¿Y ahora cómo explico esto? Cuando mi madre me vea no me reconocerá.
En ese momento, mi madre entra en la habitación, me mira y sale corriendo, para volver en unos segundos, con una escoba. Me empieza a golpear con ella, me asusto. Trato de explicarle que soy yo, pero solo consigo que mi lengua de sapo salga sin emitir ningún sonido humano, lo que aumenta el miedo de mi madre.
De repente, mis hermanas entran y me miran. Observándome, se dan cuenta, no sé cómo, de que soy yo y le explican a mi madre que aquel anfibio asqueroso soy yo.
Mi madre deja la escoba y me observa fijamente con cara de asco e, inmediatamente, se lle va a mis hermanas y cierra la puerta con mucha fuerza.
Pasa toda la mañana. A la hora de comer, mi hermana pequeña me trae un puñado de mosquitos, a los que a mí, ahora, me saben a gloria.
Me como todo el plato y mi hermana, a eso de las cuatro, entra de nuevo para llevárselo.
Mi madre y mi padre, que ya sabía de mi nueva apariencia, no entraron. Es más, discutían todo el rato y segura estoy de que era por mí.
Pasaban los días y todo seguía igual. Mi hermana pequeña era la única que veía en todo el día y la que ordenaba y limpiaba la habitación.
Era doloroso ver cómo nadie de tu familia se preocupaba lo más mínimo por ti, solo una y lo hacía por pena, por ignorancia e inocencia. Era una niña pequeña.
Estando allí, unos cuantos meses, me di cuenta de que nada cambiaba, ya ni siquiera me daban de comer. Sabía que era una carga para ellos y que tenía que desaparecer de allí, de sus vidas.
Esa misma noche abrí la ventana de mi habitación y me tiré por ella.
Mi cuerpo húmedo, maloliente y esquelético quedó pegado al asfalto y, en ese mismo instante, dejé de respirar.
Morí. Morí sola, triste y apenada.

LUCÍA BLEDA MORCILLO, 4º B

Representación teatral de los alumnos de 4º ESO en el Colegio "Martínez Parras"

2ª Parte de la Representación teatral